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El regreso de un terror global

  • Jaime Orellana Sanjuán
  • 30 ene 2023
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 3 feb 2023

En lo que se refiere a nuestra contemporaneidad, el terrorismo se había descrito

estos últimos años como algo que venía de la mano del fundamentalismo islámico y el nacionalismo árabe, en un momento en el que las aspiraciones nacionalistas dentro de los estados occidentales han prácticamente desaparecido, o relegado a la clandestinidad de las ideas.



Jaime Orellana Sanjuán

Madrid, 30/01/2023

 

Cabe en la lógica de occidente que el terrorismo se ha paralizado, se ha reducido a la expansión de afines a la causa, donde la violencia ha cesado momentáneamente.


Sin duda alguna, la pujanza de la OTAN por el control militar efectivo y el dominio mundial ha derivado en una lucha sin cuartel en torno a los países ocupados por las fuerzas del atlántico. Un reflejo de ello queda en el desastre afgano tras la instauración del régimen Talibán, así como en otros países como Irak o Siria, donde pueden observarse las consecuencias de armar y proyectar económicamente a grupos paramilitares y fundamentalistas islámicos en un contexto de competición con la URSS.


Si bien parece ser que la rápida respuesta al ya lejano 11S, el abandono de las misiones de mantenimiento de la paz en Oriente Medio y el refuerzo a los servicios de información de las civilizaciones occidentales han ayudado a detener momentáneamente esa brecha abierta en la década de los 90; algo a lo que es obvio que hay que añadirle la COVID-19, que ha desembocado en la mejora y el refuerzo de la seguridad en los controles de movilidad internacional, tras la parálisis global. Aún así, no quita que los conflictos que aún perduran en la Asia más occidental, como el de Palestina e Israel, o en el Sahel, el conflicto de Malí o el del Sahara, pongan en tela de juicio los avances ante la protección terrorista global. Debemos afirmar que en un contexto PESTEL existen una multiplicidad de factores que pueden afectar a la aparición o no de nuevas formas de terrorismo, y que ahora con la globalización, pueden agudizarse y aumentar en su rapidez y expansión significativamente.


Bajo los parámetros que nos conciernen a nosotros, como ciudadanos del Estado español, nos encontramos con la ligera desaparición o paralización del terrorismo vinculado a la izquierda abertzale (ETA), al independentismo gallego (LAR) o al tardofranquista (GAE, Triple A); de igual forma que los grupos anarquistas han reducido su número de acciones violentas durante este último periodo. Pero esto no quiere decir que haya habido un freno o parón decisivo; esto es algo temporal. Conocemos de primera mano que los estragos de la COVID-19 y la limitación de derechos y libertades que esta supuso tras la declaración del Estado de Alarma son el caldo de cultivo para la aparición de nuevos fenómenos sociales e identidades que pueden atentar contra el status quo o determinados colectivos. Los sistemas de inteligencia y aquellas estructuras que velan por la seguridad nacional parecen haberse adaptado acorde a las nuevas formas de terrorismo, esta vez enfocado al infundido por el fundamentalismo islámico.


España tiende a situarse como una vía de entrada natural hacia Europa, donde bandas terroristas podrían establecer sus bases a puertas de iniciar atentados en otros países de la Unión, o en el propio territorio estatal. El mar Mediterráneo y el mar Atlántico, en lo que se refiere a las Islas Canarias, se ha posicionado como una vía de entrada más de mafias y grupos terroristas. Como bien cuenta Fernando Reinares en su libro, habría que cuidar y poner el ojo hacia la cuenca del Ebro, Andalucía y Canarias como posibles ingresos de células terroristas, ya no solo por su cercanía geográfica, sino por la implantación de una comunidad islámica inmigrante muy grande que no se está incluyendo adecuadamente en la sociedad española, que se está viendo segregada en barrios y zonas muy concretas. Fomentar la reconciliación cultural y la no discriminación ayudaría a cimentar unas bases fuertes para que aquellos jóvenes y adultos que llegan, nacen o viven en España no acaben en las redes de células terroristas.


Sin embargo, creemos que se ha obviado de la ecuación de la configuración y expansión del Terrorismo global el avance del ISIS en el continente africano. Si bien el fin de la Operación Barkhane en noviembre de este año ha acabado con la presencia de las Fuerzas Armadas Francesas en la zona del Sahel, esta podría haber liberado la tensión bélica entre las fuerzas locales y las del ISIS, ha supuesto todo lo contrario. Desde días atrás podemos observar cómo la expansión del islamismo radical crecía con una ferocidad innata, y es que África se ha convertido en el caldo de cultivo perfecto para el surgimiento de células y ejércitos doblegados al autoproclamado califato islámico. Los últimos episodios nos dejan imágenes como la jura hacia el nuevo líder del ISIS, donde se puede apreciar la magnitud de sus grupos. Las contramedidas al avance del salafismo yihadista han pasado a estar en manos de voluntarios civiles que se unen a las fuerzas locales para llevar a cabo ofensivas en zonas del país que ya no se encuentran bajo el control del gobierno. África se posiciona como un polvorín a punto de explotar, frente a un Oriente Medio sumido en el sosiego y en el patrocinio de sus regímenes mediante sobornos a altos miembros de la Unión Europea y la FIFA.


Pero, ¿debemos alertar frenéticamente a los ciudadanos de la inminente amenaza que se cierne al otro lado del Mediterráneo o el Atlántico? La respuesta versaría entre dos extremos que se entienden en el cambio de modelo entre las sociedades contemporáneas y las actuales. En este sentido podríamos entender si es necesario generar un arquetipo de sociedad de riesgo idílica, por el cual todo ciudadano sería bombardeado de aquellos riesgos y preocupaciones que escapan a sus manos, lo cual generaría en sí mismo cierto temor y ansiedad acerca de la situación global, así como infundiría un estado de terror excesivo y peligroso; o bien expresar una parcialidad informativa, restringiendo aquellas que pueden degenerar en preocupaciones al ciudadano, mientras que el Estado se asegure de mantener la seguridad y demás asuntos.


Será este el aspecto principal que va a distinguir y determinar el siguiente modelo de relaciones internacionales, que deje atrás la confrontación entre bloques y admita la globalidad y sus mutaciones; o bien el choque inminente de nuestras civilizaciones, con el consiguiente fin de la historia.

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© Asociación de la Prensa de la Universidad Carlos III de Madrid

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