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  • Foto del escritorMartín Caballero Rigal

COVID Dinamarca y España, Parte I: ¿Los jóvenes españoles, el “hazmerreír de Europa”?

Actualizado: 12 dic 2020

Martín Caballero Rigal,

Albacete, 10/12/2020


Hace unos días, una vieja amiga subía a las stories de WhatsApp (sí, hay gente que las usa) un texto criticando a los españoles y su comportamiento respecto a la pandemia, en comparación con el resto de Europa. Me vino de perlas, pues pocas cosas en esta vida me gustan más que escribir poniendo a parir lo que ha dicho alguien, y una reciente experiencia personal me permite poner en cuestión varias de las comparaciones en las que insistía mi conocida. No me malinterpreten: estoy de acuerdo con la idea general, cada día veo comportamientos, a nivel ciudadano y gubernamental, totalmente repulsivos. Lo que no creo es que el resto de Europa vaya mucho mejor que nosotros, por lo menos en lo que a comportamiento se refiere.


En su texto, la susodicha remarcaba que los jóvenes españoles somos “el hazmerreír de Europa”. Obviando la desafortunada elección de palabras (¿qué clase de vecinos tenemos, que se ríen de nosotros por morirnos?), la idea principal era que los jóvenes españoles no se están tomando en serio la pandemia, que se ven adolescentes con la nariz fuera de la mascarilla por todas partes y que siguen reuniéndose rutinariamente en grupos grandes, sin importarles las restricciones. Y que esto no está pasando en el resto de Europa.


Los que me conocen saben que, cuando toca criticar a nuestro país y sus ciudadanos, soy siempre el primero en apuntarme. Pero la crítica, para tener sentido y utilidad, debe ser justa y justificada. La crítica que hacía mi conocida, entendible en alguien que no ha vivido en otro país de Europa durante la pandemia, no se sostiene cuando uno ha pasado varios meses fuera. “Pero tú solo has estado en un país”, se me podría argumentar. En esta situación, es prácticamente imposible hacer un “tour” por varios países de Europa para ver lo que se cuece “a pie de calle” en cada uno, pero yo he estado en el contexto que, probablemente, podría simular esta circunstancia con más facilidad: viviendo en un país europeo (Dinamarca) rodeado de estudiantes recién llegados de toda Europa.


Por razones académicas (Erasmus), he estado viviendo desde verano hasta hace escasos días en Copenhague. Allí he tenido la suerte de alojarme en una (mini) residencia de estudiantes con 16 compañeros de universidad. Decía mi vieja amiga que los jóvenes en España son, en general, irresponsables. Contra esto no tengo nada que argumentar, estoy totalmente de acuerdo — pero los jóvenes del resto de Europa no tienen nada que envidiarles en lo que a irresponsabilidad se refiere, y aún tienen menos de lo que “reírse”.


En mi residencia de Copenhague vivían tres alemanes, dos italianos, un sueco, dos franceses, una irlandesa, un suizo, un holandés, una austriaca, una portuguesa… era una razonable mini-representación de la juventud en la Europa de nuestro entorno, a la que entiendo circunscrita la afirmación de mi conocida. Y eso por no hablar de los daneses que he conocido, o de todos los demás estudiantes Erasmus con los que me he cruzado.


Las normas de la universidad para prevenir el contagio del coronavirus en la residencia eran claras: no se podía meter gente de fuera ni un segundo (y mucho menos dejarlos dormir allí), y, como es lógico visto lo anterior, estaba prohibidísimo organizar fiestas dentro del colegio mayor (con gente de fuera). No había que llevar mascarilla, no había que desinfectar ni ventilar nada, no había un protocolo para los que estuviesen en contacto con un positivo… La única norma estaba clara: no se puede traer gente de fuera. Y se nos repitió por activa y por pasiva. Vamos a ser razonables: cualquiera entiende que, el que alguno trajera a una o dos personas de fuera a la residencia, iba a pasar de vez en cuando. Eso habría sido entendible. Pero lo que pasó en la realidad no es ni razonable ni entendible.


El primer día que llegué allí también llegó uno de mis compañeros… con toda su familia, que se pasó varios días entrando y saliendo de la residencia como Pedro por su casa. La escena se repitió varias veces: varios compañeros llegaron con sus familias, o estas vinieron a verlos ya empezado el curso. A la semana empezaron las fiestas. Lo habitual eran 15-20 personas, pero también hubo unos cuantas con 30 o 40. Si tenemos en cuenta que en la residencia éramos 17 y que varios eran de máster o solían estar de viaje y no iban a las fiestas Erasmus, 40 personas de fiesta en mi residencia significaba que solo 10 de los 40 eran de allí. Hasta hace relativamente poco, el gobierno danés permitía reuniones de hasta 50 personas, por lo que dichas fiestas no eran ilegales. Solo moralmente condenables y sanitariamente peligrosas, que no es poco.


En agosto y en noviembre, las fiestas tenían lugar tres o cuatro días a la semana, todas las semanas. Y no había burbuja ninguna, ni nada que se le pareciese. La gente que venía solía ser aleatoria: unos días eran los de otra residencia, otro día los compañeros de clase de no se quién, al siguiente un grupo de unos 20 estudiantes a los que acababan de conocer en un bar, y que habían cruzado desde Suecia para pasar varios días en Copenhague… sin haber reservado un sitio para dormir, y sin ninguna intención de pagar por uno (sic). En una semana, si una persona tenía covid, podría habérselo contagiado a 200 personas sin el menor esfuerzo. Recuerdo una cena internacional a la que me apunté, que hicimos en un parque. Confiado porque era al aire libre y pensando que seríamos 12 o 15 como máximo, fui. Al llegar seríamos 30. Al irnos habría ya, fácilmente, 50 o 60 personas.


Quiero ser justo y recordar que hubo intentos de reducir el tamaño de las fiestas. Los más enérgicos vinieron, precisamente, de una chica española de mi residencia. No hubo demasiada suerte. La mentalidad es que ir de Erasmus es estar de fiesta todo el día, y ya se ve que ni una pandemia iba a pararlos. Por lo que me cuentan dos amigas españolas, estudiantes Erasmus en países europeos con una gravedad de la pandemia similar a la de España, las cosas allí son exactamente iguales: sin importar si se es local o extranjero, “una fiesta es una fiesta”.


Cuando se impusieron mascarillas obligatorias en los pasillos de la universidad, en general la gente se las ponía solo a regañadientes y cuando había bastante gente. Si había pocos mirando... Y las narices fuera eran la norma, no la excepción. También vi bastante gente sin mascarilla en supermercados, cuando ya era obligatoria. Nadie les decía nada, empleados incluidos.


Para acabar esta primera parte de mi artículo, quiero recordar un par de ocasiones en las que algunos de mis compañeros estuvieron en contacto con algún positivo. Por el grupo de WhatsApp de la residencia se llenaron de leyes: vamos a ir por las zonas comunes con mascarilla, comeremos todos en la tercera planta y los de la tercera se bajan a las vuestras… No vi a ninguno, ni a uno solo, de los "afectados" llevando mascarilla por el pasillo o las cocinas ni una sola vez. ¿Y de qué sirve que comáis en la tercera, si entráis a la segunda, sin mascarilla, a coger vuestras cosas para llevároslas mientras estamos todos los demás comiendo, y os ponéis a contarnos vuestra vida a medio metro de distancia? ¿Para eso, para qué avisarnos de nada?


En comportamiento de los jóvenes, en Europa, parece que no hay país que se libre — y posiblemente no ya de los jóvenes, sino de la gente en general. No sé si es un consuelo o una desesperanza, pero es así.


La segunda parte de este artículo, sobre la actitud de la universidad y los controles en el aeropuerto, se publicará el próximo sábado.

 

*Martín Caballero es, a fecha del artículo, estudiante de tercer año de Derecho y CCPP en la UC3M y estudiante Erasmus en la Copenhagen Business School. También es Secretario General de la Asociación de la Prensa de la UC3M y trabaja a tiempo parcial como traductor.

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