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  • Myriam Esteban Espina

El arte de la aguja

De pequeña recuerdo las historias que mis abuelos me contaban sobre su niñez, cómo los

pueblos eran casi independientes de las ciudades y lo feliz que eran con un par de zapatos nuevos para los domingos.

El concepto actual de ropa no es el mismo que el que se tenía décadas atrás. Tener los

armarios repletos de prendas no era lo habitual.


Myriam Esteban Espina

Madrid, 12/12/2022


 

También ha cambiado la manera de comprar. Lo común antes no era ir a un gran almacén

como hacemos ahora sino ir al taller de una modista, o confeccionar la ropa en casa.


Petra Delgado era una de esas modistas que se dedicaban a arreglar y a confeccionar aquellos trajes soñados por los lugareños. Su gusto por la lana y el dedal viene de familia.


Aunque lleva años sin dedicarse a ello, nunca ha perdido su pasión por la aguja. Durante los últimos veinte años, sus diseños han sido mostrados en público allá donde sus nietos los luciesen.

¿Cómo aprendió a hacer punto?

Me he criado entre agujas e hilos. Mi madre tejía y yo, que siempre me había apasionado, “me fijaba en cómo lo hacía para luego imitarla”. Cuando ya era un poco más mayor, un señor que veraneaba en San Adrián, - pueblo de origen de Petra-, vio cómo tejía y me invitó a su taller de Baracaldo (Bilbao) para aprender el oficio.


Después regresé a San Adrián y monté mi propio taller.


Cuando montó su propio taller, ¿tuvo algún problema por ser mujer?

Aunque lo monté yo y me ayudaban mi madre y mi hermana mayor, Pilar, lo cierto es que a

ojos de la Administración era mi padre el propietario. “Él puso las dos máquinas y la empresa a su nombre” para que los trámites fuesen mucho más rápidos y sencillos. Una mujer emprendedora en los años 60 no era muy habitual.


Estuve cinco años con el taller hasta que me casé y vine a Baltanás. “Allí tuve muchas clientas y mucho trabajo”. Después de estar unos 10-12 años sin tejer, compré una máquina de tejer y monté un pequeño taller en casa. “Las mujeres venían para que les tomase las medidas”.

Teniendo en cuenta que esta profesión se desarrolló durante el franquismo, ¿tuvo que seguir algún tipo de patrón diseñado por el régimen?

No tuve problema”, aunque es cierto que lo que más tejíamos eran chaquetas y jerséis.

Tampoco tuve problemas con las clientas, ya que me limitaba a confeccionar lo que ellas

querían y de la manera que ellas deseaban.


¿En los talleres había algún varón cosiendo?

No era muy habitual que hubiese hombres trabajando en los talleres. No obstante, en el de

Baracaldo, “el amo sí que tejía y fue el que me enseñaba a mí”. La excepción a la norma se

podría decir.

¿Por qué cree que la sociedad actual prefiere la ropa global/consumista y no la local/personalizada?

Los talleres de modistas han ido desapareciendo a lo largo de los años. No tenemos que irnos muy lejos: “aquí en Baltanás había y ya no hay ninguno”.


Por otra parte, también es mucho más cómodo ir a un gran almacén, probarte lo que te gusta y comprarlo. Es mucho más rápido. En el caso de la ropa confeccionada, hay que esperar unas semanas antes de lucir la nueva prenda.


Sin embargo, con todo esto se ha perdido algo de identidad. Ahora todas van más o menos parecidas y antes “pocas cosas se hacían iguales. Cada una quería una cosa”.


Las modistas no solo confeccionaban prendas, sino también una identidad propia. Los

productos hechos a manos tienen sus propias características, jamás serán exactamente iguales a otro. Las personas, además de apoyar la moda local, podían lucir su propia autenticidad, no eran copias.


Por ello, puede deducirse que la labor de las modistas iba más allá de la ropa, era la que fijaba la identidad de las personas. Incluso, las que podían reivindicar descontentos con la sociedad o las que conseguían romper con los patrones establecidos, simplemente subiendo un par de centímetros el largo de la falda o luciendo un par de pantalones.

“Los tiempos difíciles despiertan un deseo instintivo de autenticidad”, Coco Chanel.
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