top of page
  • Jaime Molero Torres

ESCLAVOS DE UNA PANTALLA

Actualizado: 6 nov 2022

Jaime Molero Torres,

Getafe, 24/03/2021 Abducidos en un vórtice del que dificultosamente podremos escapar, cada vez más dependemos directamente del uso de nuestras amigas –o enemigas- las nuevas tecnologías. Mañanas y tardes completas atrapados en vidrios iluminados con movimiento que trasmiten informaciones alentadas por el objetivo que a cada uno le concierne. La homogeneización de las esferas que nos componen como personas frustran nuestros pensamientos más auténticos, mezclamos nuestra comodidad con nuestras obligaciones de forma forzosa sin darnos apenas cuenta.

Una pantalla que entorpece a cada segundo nuestra visión, nuestra psique y nuestras capacidades de comunicación a la par que inunda nuestra rutina a cada cual más uniforme. Clases en las que la comunicación unidireccional es la norma que rige el aprendizaje, robots mecánicos e inertes. ¿Dónde queda el murmullo de clase que tanto molestaba? Ahora se convierte en ese estridente pitido emitido por los aparatos tecnológicos y su proceso de funcionamiento.

Claro está -en un principio- la situación no permite un desarrollo distinto, nos encontramos paralizados y vulnerables ante el nuevo funcionamiento anormal de la sociedad.

Muchos fueron los artículos enunciados antes de la llegada del terrible virus con la crítica del apego a las nuevas tecnologías. Amor-odio genera este recurso, que gracias a él podemos intentar seguir nuestras antiguas rutinas y obligaciones de manera improvisada. Podemos simular que continuamos una educación, una docencia y un trabajo a través de pantallas interconectadas a una red remota, pero ¿es esto lo que queremos?

Hemos vivido una transición desde la “docencia humana” a una explicación semi-robótica e inerte llena de carencias que nada hace por avanzar el progreso de los que nos encontramos ante el enorme reto de construir de la nada el puente de nuestro futuro. Esperamos, con miedo, que dicha transición sea restituida por una normalidad al uso y no por algo que simule lo que anteriormente tan banalmente apreciábamos.

No solo la docencia ha sido afectada, las relaciones interpersonales se han visto consumidas por este enorme problema sanitario. Al contrario de lo que muchos pueden atisbar a pensar, sí que podemos intervenir en esto. Intentemos desvanecer cualquier dependencia a estas demoníacas pantallas para así evitar caer en la comodidad de ver a los nuestros por un aparato, habiendo incluso el virus desaparecido. Nada ni nadie puede permitir que nos convirtamos en los esclavos de aquello que tanto criticamos, nos moldeamos en auténticos hipócritas encubiertos por la comodidad. En esclavos nos convertimos, la dependencia hace la necesidad. Las nuevas tecnologías no están siendo usadas como complemento para facilitar el desarrollo normal de las obligaciones personales, sino como elemento único e indispensable. Nuestros hijos considerarán dichos aparatos un miembro más de la familia, una prolongación más de su cuerpo. Serán igual de útiles por sí mismos que un coche sin ruedas, nada.


De un día para otro nos vimos obligados a sentarnos frente al monitor para continuar nuestra rutina habitual, caímos en una esclavitud que inunda e inutiliza nuestras capacidades y habilidades. Algo hacemos mal, afrontamos de forma errónea el momento de mayor dependencia a estas pantallas; nos gusta su uso, nos conformamos. Claro está que el uso moderado es beneficioso, algo provechoso como instrumento para poder caminar de puntillas y tras ese efímero camino volver a apoyar el pie en su totalidad.

Miedo e incertidumbre nublan el futuro -aún indeterminable- en el que finalice esta pesadilla. Nada sabemos sobre él, pero de lo que podemos estar seguros es que bajo el camino que encaramos nada permanecerá de nuestra naturaleza humana. Una minucia quedará ya del trato personal y humano con la calidez que esto conlleva y que tanto añoraremos. Seremos, finalmente, abducidos por el torbellino que nos atará las cadenas de la esclavitud en la que la única superviviente será esa pantalla automatizada, frente a la dependencia del ya inutilizado ser humano.

 

Jaime Molero es de Almería y, a fecha del artículo, estudiante de 1o en Periodismo y Humanidades en la Universidad Carlos III. Instagram: @jaimemt2

Twitter: @jaimemot2

184 visualizaciones
bottom of page