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  • Lucía Gómez Herranz

Las promesas que nunca llegaron a cumplirse

Quizás no sea lo apropiado, pero con motivo de la celebración de la famosa fiesta de San Valentín este mes, no parece mal momento para hablar de la otra cara de la moneda; del amor que no llegó a culminar nunca, de las palabras que no salieron a la luz y de lo que la guerra acalló.

Lucía Gómez Herranz*,

Móstoles, 17/02/2022



“Cuando termine la guerra nos casaremos. En la tierra crecerán flores como tú y en tu vientre llevarás a la niña más hermosa del universo”.

Carta encontrada en las ropas de un soldado caído

durante la Segunda Guerra Mundial, 1944.

(Fuente: imágenes históricas/Héctor Tejo)

Si bien es cierto que San Valentín es tachado por muchas personas de ser una fiesta comercial y carente de sentido, para otras es una excusa más para demostrar su amor; para tener detalles o para retomar las costumbres más tradicionales. Flores, cenas románticas o paseos nocturnos, pero sobre todo y por antonomasia, las cartas.


Son las favoritas, las que a todos nos gusta recibir (o en los mejores casos, redactar). Aunque parezca que eso del correo ha caído ya en desuso, la verdad es que ha cobrado un sentido diferente, más especial. Incluso más bonito. A día de hoy, una carta es sinónimo de sentimientos, son palabras reales, palabras que importan, palabras que queremos leer.

Quizás sea esa la razón por la que pensar en aquellas cartas que nunca llegaron a su destino deja una sensación en el cuerpo un tanto nostálgica. Ya sea porque se pierden, ya sea porque el remitente nunca alcanza el valor suficiente para mandarlas, lo cierto es que deja un mal sabor de boca, un asunto pendiente, una conversación abierta, una declaración a medias. Dicen que no hay mayor tortura que la incertidumbre, y qué razón tienen cuando nos martirizamos imaginando la respuesta que habríamos tenido, el “¿y si...?” ¿Y si qué? ¿Y si sale bien? ¿Y si funciona? ¿Y si vale la pena encontrar las palabras perfectas y plasmarlas en papel?

Por desgracia, nada de esto sirve cuando hablamos de un terrible contexto bélico. Si ya las cartas están de por sí cargadas de gran valor emocional, imaginen si además nos remontamos a 1940, recién acabada la Guerra Civil en nuestro mismo país. Hablaríamos entonces de historias como las de Arturo Lodeiro (conocido como “el anarquista de los ojos verdes”), que llevaba diez meses encarcelado (por estar afiliado a la CNT) cuando se casó. Tenía ya una hija con la que fue su esposa, Julia; aunque tristemente nunca se vieron presencialmente como marido y mujer. Y es que se casaron en articulo mortis (justo antes de morir), pues Arturo fue fusilado el mismo día de su boda.

Es por eso por lo que en este caso las cartas que este hombre mandó a Julia desde una de las cárceles franquistas plasman una horrible realidad de aquel entonces. Es el ejemplo de la última de las cartas que Arturo escribiría, con la que se despidió para siempre:


"Adorada esposa: En este momento realizo mi voluntad por lo cual puedo llamarte al final de mi vida, esposa mía, y a mi niña, hija verdadera. A pesar de que los momentos no son de los más agradables, al menos me cabe la alegría de haber cumplido contigo como Dios manda. Ya, querida nenita, puedes llamarme esposo, y cuando hables a nuestra Julina de mí, le digas que su papaíto la quería mucho por ser hija tuya y por quererte como jamás quise. Tú, Julia mía, procúrate una relativa y sana felicidad. No le des a mi nena un padre que sea malo"


Las cartas fueron recuperadas años después por la nieta de Arturo y Julia, que decidió hacerlas públicas.


Situaciones similares o igual de desesperantes nos encontramos en cualquiera de los dos bandos, desgraciadamente. Tres años antes de la trágica historia de estos enamorados, nos ubicamos en el día 10 de junio de 1937, en plena Guerra Civil española. Un joven soldado, Anastasio Maqueda, de 21 años, escribía a su mujer. En abril de ese año fue reclutado por el ejército de Franco, razón por la cual esta carta de la que hablamos nuca llegó a su destino.

O bueno, mejor dicho, llegó un poco tarde. 67 años tarde, para ser exactos, son los que pasaron hasta que la destinataria del mensaje, Amadora Morales, leyó las palabras de su marido. Esa carta nunca llegó al correo, pues fue interceptada por el bando franquista para averiguar los motivos de la fuga de Anastasio, el cual acababa de ser condenado a muerte por desertar. Esta horrible noticia es la que intentaba comunicar a su mujer en la dichosa carta, que llego a su destino (El Real de San Vicente, Toledo) muchos años después. Fue gracias al periodista Pedro Corral, quien, en 2004, dio con ese mensaje en el Archivo Militar de Ávila mientras busca documentación para una de sus investigaciones. Corral, conmovido por la historia, buscó a Amadora por todo el pueblo toledano hasta que dio con ella y, ya en la más avanzada ancianidad, pudo la mujer ser partícipe de una parte de su esposo.

Mi querida esposa, leía Amadora 67 años después, temblando de la emoción, me alegraré de que a la llegada de esta cariñosa carta te encuentres bien...


Anastasio Maqueda (sentado)


Anastasio acababa de fallecer hacía escasos días. Por suerte, como explicó la viuda, su marido conservó la vida por no tener delitos de sangre, y pagó la deserción en la cárcel. Años después, consiguió salir y reencontrarse con ella, por lo que rehicieron su vida juntos, formaron una familia y vivieron a la vez el triunfo de la democracia.

Por desgracia, muy pocos tuvieron esa suerte y son demasiadas las cartas de amor que quedarán olvidadas, mostrando realidades en las que más que nunca era necesario amar, y amar de verdad. En las que el mensaje que se enviaba podía ser el último, en las que por ambos bandos quedaron heridas que aún hoy cuesta sanar.


Cartas tan nuestras que, tarden en llegar días, semanas o 67 años, reflejan no solo lo que sentimos, sino lo que vivimos. Porque eso dicen de nosotros, que somos la generación millenial, o Z o X, o “de cristal”, que estamos todo el día con el móvil, que hablamos muy raro o que no tenemos ni idea de la vida; de lo que no son conscientes es de que nosotros nos hemos apropiado en cierta parte de algo tan suyo (y de sus mayores, y de los mayores de sus mayores) como son las cartas, y que todos hemos vivido esa ilusión a nuestra manera, ya sea a la tradicional, ya sea con un mensaje en un pos-it, ya sea con unas palabras escritas en la mesa, o con una nota en el colegio. Así que sí, aun con todo y con esto, nosotros seguiremos celebrando San Valentín, aunque solo sea para mandar cartas.

 

*Lucía Gómez es, a fecha del artículo, estudiante de tercer año de Humanidades en la UC3M, así como redactora de la Asociación de la Prensa de la universidad en el ámbito de Sociedad y Cultura.

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