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  • Gabriel Pérez-Miranda Mata

Mal café

Que pidan perdón. Al conductor de autobús que ese día tenía que hacer el turno mientras le cantaba nuestras penas la Cope, a la cajera de Mercadona que se bajaba de ese mismo bus corriendo para llegar al bar donde esperaba su familia y al camarero del bar que recorrió más metros que los jugadores, de España, se entiende, para atender todas las mesas sin quitar ojo de la pantalla. Y luego, si les queda algo de amor propio, que se pidan perdón a sí mismos.


Gabriel Pérez-Miranda Mata

Madrid 14/12/2022

 

"Que pidan perdón". Sacudo la cabeza y vuelvo a ahogarme en los grumos del Cola-Cao. Hoy ha sido el primero de “365 x 4 = 1460” desayunos que me acordaré de Luis Enrique. Para no perder la costumbre del Mundial de Rusia, de ese del que habían pasado cuatro años y como si se hubiera jugado la semana pasada. La sensación es que España hace las cosas como si no importaran, como si el Mundial de fútbol fuera la pachanga que montas a mediodía para esta tarde. Como si se pudieran cometer errores.

¿Dónde está ahora el show, dónde ha quedado el espectáculo y el puro fútbol de ataque que nos prometiste por Twitch, Luis Padrique?

Que pidan perdón. Rubiales y Luis Enrique, los primeros. Y luego, uno tras otro, todos y cada uno de los miembros de la Selección Española que se va del Mundial, eliminada por Marruecos. Que pidan perdón. Que pidan perdón a ese anciano que llora ante la televisión de la residencia, pues sabe que este será su último Mundial. Que para él ya no habrá más, que cuatro años esperando no han servido de nada. Que pidan perdón porque cuatro años después España juega aún peor. Que pidan perdón porque celebraron -los muy conformistas- las semifinales de la Eurocopa como si se hubiera ganado algo. ¿Es que se puede defender el argumento de que un equipo es el mejor de un torneo si no lo gana?

Pero así nos contaron la Eurocopa, y claro, así nos venían contando el Mundial. Entre ‘milongas’ de que si a Alemania la dominamos, que si Japón nos superó 10 minutos nada más, y ‘panfletadas’ por el estilo. Así que se veía venir que “dominaríamos” a Marruecos. El problema de España es que se cree sus propios cuentos. Aún habrá quien diga que lo que hace España es jugar al fútbol. Jugar al fútbol es ganar, y eso no lo hace España. Porque tanto aburrimiento, ¿dónde está ahora el show, dónde ha quedado el espectáculo y el puro fútbol de ataque que nos prometiste por Twitch, Luis Padrique?


Lo que necesitaba España era un líder, un marcho alfa, un tío con mala leche, con carácter.

Llevó el partido a donde quería Marruecos, a donde España, con la línea de la defensa cada vez más atrás -como con miedo, que hay que jorobarse- tocaba tonta y horizontalmente, mientras ellos se cerraban amparados por un Amrabat colosal y un arbitraje escandaloso, donde cada patada norteafricana era "jueguen, jueguen y cada contra-balón sur europeo era falta y aviso de amarilla. Pero algún beneficio tendría que sacar un país que sí que se ilusiona con el fútbol, que es capaz de echar abajo un estadio porque su país está en octavos. Así que el árbitro hizo lo que le pidió la grada. Y España, España no hizo nada. España juega en la espesura de ideas. Es ese puré denso que te daban en el colegio, y que sabía a un balón yendo y viniendo de Rodri a Laporte. Y aún ni eso, porque, ¿qué culpa tiene el balón, a ver? Más bien sabía, el puré, que nadie se confunda, a carencia de ideas, de determinación. Lo que necesitaba España era un líder, un macho alfa, un tío con mala leche, con carácter. Carácter. La Selección Española es la totalidad de la falta de carácter. La absoluta ausencia de carácter. La sublimación de lo ‘moñas’. Del “ahora le gusto a la princesa”, “ahora me veo en un stream” y de golpe: “ahora Marruecos me acaba de pintar la cara”. Y en el fútbol, si algo es indispensable, es el carácter. Tener carácter es el factor que decanta un partido. Ese factor que el que pierde, en este caso España, llama siempre mala suerte. Para nada. Se llama carácter. Ojalá esos penaltis nunca se hubieran perdido, pero lo que está claro es que si España se hubiera plantado, pegado cuatro gritos y dedicado a lo que debía, no se habría llegado a los penaltis.


Que pidan perdón porque no se dejaron lo que tenían que haberse dejado. No es comprensible que no acaben completamente vaciados, que no estén en el límite superior de la extenuación. Que se limiten a ver correr el tiempo, a ver correr el balón, y encima, a fallar los penaltis. ¡Que es el Mundial! ¡El Mundial! Alguien tendría que haber estallado y haber acabado con el despropósito. No me creo que en el vestuario a la media parte solo se tenga que oír: “¡Vamos chavales!" y "¡A seguir así!" y "¡Nosotros podemos!”. Que alguien se hubiera rebelado, que hubiera pedido empezar a jugar a fútbol.


¡Ay, Rubiales! ¡Ay, Luis Enrique! Que pidan perdón. Al conductor de autobús que ese día tenía que hacer el turno mientras le cantaba nuestras penas la Cope, a la cajera de Mercadona que se bajaba de ese mismo bus corriendo para llegar al bar donde esperaba su familia y al camarero del bar que recorrió más metros que los jugadores, de España, se entiende, para atender todas las mesas sin quitar ojo de la pantalla. Y luego, si les queda algo de amor propio, que se pidan perdón a sí mismos. Entonces se darán cuenta de que lo que han hecho es difícilmente perdonable. Y dimitirán. Rubiales, Luis Enrique, Luis Enrique, Rubiales, tanto monta. Pero que lo hagan.


Que nos dejen a solas contándole las penas al Cola-Cao.

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