Una breve reflexión acerca del concepto de William Nordhaus.
Jaime Orellana Sanjuán
Madrid 23/01/2023
Las consecuencias de la crisis climática, por la cual diversos científicos y activistas nos llevan advirtiendo décadas, comienzan a cobrar realidad. Para afrontar los retos futuros, es necesario un cambio de narrativa, unas propuestas más ambiciosas y ejecutables a las proyectadas en el Acuerdo de París y el extinto protocolo de Kioto. En ellas, surge esta propuesta sobre los clubes climáticos que emerge como defensa de la economía de los Estados miembros mientras se sucede el proceso de transición ecológica.
Según los datos proporcionados por el Banco Mundial, las emisiones de CO2 se habrían aumentado en apenas 30 años unos 14 millones de kt. Un dato alarmante teniendo en cuenta que los líderes de esta ecuación que atesoran más de dos quintos de las emisiones son el gigante asiático dominado por Pekín (11 millones) y el norteamericano dominado por Washington (5 millones). Es bien sabido que existe una profunda correlación positiva entre el PIB de cierto país y sus emisiones de gases de efecto invernadero. Luego, entendemos que sería importante incluirlos en esos nuevos lobbies llamados clubes climáticos, a priori, más atractivos para estos grandes motores económicos.
Acusamos este vertiginoso avance contra la crisis climática a la deslocalización del tejido industrial a regiones periféricas y con la mejor protección laboral del mundo, que comenzaron a tener sus procesos de industrialización hace relativamente poco.
Aunque, si bien podemos observar una caída significativa de las emisiones de CO2 desde los años 90 en la mayoría de los países de la zona euro y en EE. UU., junto con demás Estados de la civilización occidental; acusamos este vertiginoso avance contra la crisis climática a la deslocalización del tejido industrial a regiones periféricas y con la menor protección laboral del mundo, que comenzaron a tener sus procesos de industrialización hace relativamente poco. En esencia, estas parecen más atractivas por su escasa regulación acerca de la emisión de gases y la depreciación del precio de la mano de obra, más barata que en occidente, lo que explicaría el aumento alarmante que han tenido regiones como Bangladesh, Indonesia o Tailandia.
Pero, ¿cuál es la función teórica de estos clubes? Los clubes climáticos serían grupos de países, principalmente de economías pujantes, con la disposición a ofrecer ventajas a los miembros que consideren severas restricciones a sus emisiones de gases de efecto invernadero, tanto CO2 como metano y óxido nitroso. Para ello, los Estados miembros determinarían un precio mínimo compartido del carbón y coordinarían sus medidas para evitar que la producción se traslade a regiones con reglas de emisiones más débiles. Se trata de un modelo que beneficia al país que más innove, que más se arriesgue, ofreciéndole recompensas y protección ante la desventaja competitiva del mercado.
El autor del concepto, William Nordhaus, vendría a querer establecer una sociedad que sea más ambiciosa y cooperativa que los acuerdos alcanzados por las Naciones Unidas en sus cumbres del clima. La creación de estos clubes daría de un espacio seguro para que no aparezcan free riders, es decir, aquellas naciones que se aprovecharían de las nuevas tecnologías surgidas de la transición y de un clima potencialmente más seguro, sin lograr un cambio real o adecuado al acordado en cuanto a sus emisiones de gases invernadero se refiere.
Los clubes climáticos pueden presentarse como una alternativa seductora y ventajosa; por ahora, solo debemos arriesgarnos a probarla.
El club, en principio, debería estar formado por los Estados miembros del G7, aunque a él se podrían adherir otros Estados y naciones. No obstante, diversos autores sugieren un gran interés en que, si bien la Unión Europea es entendida como un conjunto entre sus Estados miembros y estos tienen la oportunidad de entrar a estos clubes, demás unidades subnacionales también se consideren para su entrada. Este podría ser el ejemplo de los Estados que componen EE. UU., en el sentido en el que puedan formar parte de esta acción ecológica y se beneficien y actúen en favor de la globalidad, reduciendo en términos generales las emisiones del gigante norteamericano.
Sin duda alguna, la transición hacia nuevos métodos de obtención de energía debe ser una prioridad para el conjunto de las naciones del mundo, en el objetivo de frenar el número de emisiones por CO2 por la quema de combustibles fósiles, uno de los principales benefactores del cambio climático. Este nuevo proyecto macroeconómico debe aún ponerse a juicio de la historia, pero merece la pena intentarlo mediante unas formas más atractivas y menos dañinas para las economías que decidan emprender el camino hacia la sostenibilidad global. Esto no quita que no sea ese el único paso que se deba dar en materia climática; aún quedan por delante muchos retos y dificultades que deben batirse con la instauración de un nuevo sistema económico, más sostenible, pero que siga beneficiando el progreso humano: la economía circular. Los clubes climáticos pueden presentarse como una alternativa seductora y ventajosa; por ahora, solo debemos arriesgarnos a probarla.
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