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  • José Daniel García Antúnez

En defensa de los debates electorales

La campaña electoral ha tenido hace poco un giro un tanto curioso. Pedro Sánchez ha retado a Feijóo a realizar un debate semanal hasta el día de las elecciones. Sin adentrarnos demasiado en valorar la estrategia que está siguiendo el líder del PSOE, creo que es necesario hacer un elogio a los debates electorales. Un elemento clave en los períodos de elecciones.


José Daniel García Antúnez

Madrid 07/06/2023

 

En anteriores ocasiones he criticado el debate dentro del ámbito político. La razón de ello, en resumidas cuentas, es que no supone un modelo de resolución de conflictos. Si de verdad quisiéramos que nuestras democracias estuvieran basadas en el consenso y la palabra, se debería institucionalizar el diálogo público como medio para la toma de decisiones. Sin embargo, este apunte no deja a los debates electorales huérfanos de utilidad.


Decir que los debates electorales no sirven para llegar a consensos es como decir que el agua moja o que la tortilla de patata está mejor con cebolla. Son cosas obvias.

Y pese a que en un modelo ideal de democracia deliberativa los debates electorales podrían hasta no existir —aunque ese es otro tema—, en nuestro actual sistema poseen un alto valor.


Lo primero que debemos de tener en cuenta es que las elecciones siguen unos mecanismos de mercado. Existe una oferta política y una demanda ciudadana. Esta última queda sujeta a las necesidades, intereses e impresiones que tienen las personas sobre los partidos, y se traduce en votos. La campaña no es más que el periodo de tiempo durante el que los partidos políticos tratan de venderse a sí mismos para que se les vote. El funcionamiento, explicado de forma simple, es este, por muchas críticas que podamos realizar después. Hay que separar lo que es de lo que debería ser.


Ahora bien, existe un elemento crucial en todo esto: la información.

Podemos obtener información sobre los partidos de muy diversas formas: conociendo a los candidatos, leyendo los programas electorales, viendo los carteles colgados por las calles, etc. Todo ello resulta importante para hacer llegar a los ciudadanos la información política. Sin ella, es posible que la abstención fuese altísima o que simplemente saliera el candidato que más pinta de simpático tuviese. Eso sería absurdo.


Sin embargo, aquí hay un elemento clave: la propia lógica de los partidos. El relato. Imaginemos por un momento que leemos a Marx, sin ningún tipo de prejuicios. Es posible que al terminar la lectura digamos hacia nosotros mismos: Joe, esto tiene su sentido. Todo el tema de la clase oprimida, la búsqueda de la libertad, etc. Puede que no aceptemos la teoría en su totalidad, pero sí que saquemos ideas que nos parecen buenas, aplicadas a nuestro momento histórico. Por otro lado, pongamos que continuamos nuestra lectura con Émile Durkheim, uno de los padres de la sociología. Probablemente también podamos quedarnos satisfechos en cuanto a que hay conceptos y deducciones que tienen su lógica y podemos ver hasta verosímiles. Con todo ello, esas dos perspectivas son completamente opuestas y dan lugar a razonamientos diferentes. De hecho, una surge como respuesta a la otra. Lo que quiero decir con esto es que escuchar una a una a cada parte, de forma individual, nos va a producir este efecto en el que vemos cosas buenas en ambas, por muy contrarias que sean.


Este efecto lo podemos observar cuando leemos los programas electorales. La forma de redactarlos está hecha para que nos gusten esas medidas y planteamientos. A veces leemos dos programas seguidos y pensamos que podrían intercambiarse los partidos y podría seguir siendo coherente. De este modo, podemos decir que los programas no nos aportan una información completa sobre la oferta política. Por no mencionar que a veces hay partidos que no redactan programas muy elaborados y que hay una gran cantidad de personas que ni los leen. Pero no hay que regañar al ciudadano, sino hacerle más accesible y comprensible la información disponible. A veces, por mucho espíritu crítico que tengamos, es difícil diferenciar a dos partidos (y sus intenciones) de forma clara solo con los programas.


Es aquí donde entran en juego los debates electorales. Estos añaden al tablero político un elemento de diferenciación. Cuando vemos a los políticos "debatir" y exponer sus propuestas, nos damos cuenta de cuán distintas son. Siempre debemos de ser conscientes de que detrás de cada partido existe una forma particular de ver la realidad. Esto es lo que conocemos como ideología. Y eso no es algo malo necesariamente, aunque muchas veces se use como un término peyorativo. Vivimos en un mundo intersubjetivo. La variedad de perspectivas es la norma. Es difícil tomar una decisión cuando no podemos comprender de qué forma ven y se aproximan los partidos políticos los problemas que hay en sociedad. Es por ello por lo que necesitamos contrastar planteamientos. Cabe destacar que, a su vez, los debates suponen un medio eficaz en cuanto a lo accesibles que son. Acudir a un debate o verlo por televisión es algo más bien cómodo.


Asimismo, al elemento de la información hay que añadirle el de la competencia. Está claro que unas elecciones sirven para delegar los poderes públicos en los partidos. Ahora bien, estos normalmente están diferenciados. Si no lo estuvieran, las elecciones tendrían poco sentido, al igual que todo el abanico de opciones políticas. Si no hay competencia, hay algo que huele mal. No puede ser que con la gran cantidad de sensibilidades que existen, ante un gobierno de un determinado partido, no haya ciudadanos descontentos. Si hubiera una concepción completamente objetiva de la realidad, sin ningún tipo de subjetividad o sesgos, entonces la norma sería ver constantes resultados unánimes. Sin embargo, esto no lo veremos nunca, dado que existen variedad de intereses y conflictos en sociedad.


No podemos afirmar de forma unánime que el pueblo es una totalidad uniforme. Claramente hay condiciones que le afectan en su conjunto, pero no todos los habitantes de un país o región son iguales. Es la individualidad dentro de la colectividad.

Ahora bien, esto no justifica la de barbaridades y descalificaciones que se sueltan con frecuencia en estos espacios mediáticos. El papel del moderador es crucial. Debe haber en todo momento unas normas aceptadas por todo el mundo las cuales no pueden ser traspasadas. Las reglas básicas del diálogo. Por supuesto, las intervenciones se deben atener a la realidad. Decir la verdad y no insultar es algo fácil de conseguir y más que razonable, dada la naturaleza de lo político.


Es por ello por lo que, si queremos que las decisiones democráticas sean lo más justas y legítimas posibles, debemos tener en cuenta el valor de los debates electorales. El contraste de ideas, propuestas y demás es un elemento crucial para tener en cuenta. De otro modo, el voto queda expuesto a todo tipo de sesgos, por ejemplo, el de las fake news. La voz de los candidatos (y de sus equipos) es algo que los electores deben conocer. Por mucho que una estrategia electoral pueda sugerir lo contrario. Cosa que ya hemos visto varias veces en democracia.


Esto deja la puerta abierta a la legislación para hacer obligatorios este tipo de eventos. Jardín en el que hoy no planeo meterme. Aunque claramente es un tema a tener en cuenta para el futuro de la calidad democrática.


Al final la política es una lucha por el poder. Sin embargo, no debemos dejar de lado la legitimidad de este. El poder a cualquier precio no es algo democrático. Los ciudadanos tienen el derecho de estar informados sobre las propuestas políticas, ya que, al fin y al cabo, están delegando su soberanía. Algo bastante serio, ¿no?


En resumidas cuentas, los debates electorales contribuyen a que las elecciones sean todavía más democráticas, en tanto que se cumple el derecho a la información política. Debemos conocer a los candidatos y sus propuestas, de forma clara, para poder así votar de acuerdo a lo que creamos conveniente.



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